Descripción:
Su
medida: solamente mide 0,38
centímetros de alto. Con su corona, aparenta tener mayor altura. Sus
vestiduras sobrepuestas hacen que, de Ella, se vean solamente las
manos, el cuello y su rostro.
Sus facciones: bien proporcionadas.
Su rostro: ovalado.
Su semblante:
modesto, grave y al mismo tiempo
dulcemente risueño.
Su frente:
espaciosa.
Sus ojos:
grandes, claros y azules.
Sus cejas: negras y arqueadas.
Su nariz: algo aguileña.
Su boca:
pequeña y recogida.
Sus labios: iguales y encarnados.
Sus mejillas:
sonrosadas.
Su rostro:
de color moreno.
Su Mirada:
un tanto hacia la derecha, aunque
deteniéndose en la misma, parece que nos sigue con su mirada donde quiera
que nos coloquemos.
Sus manos:
delicadas y bien formadas. Juntas
y arrimadas al pecho en actitud de orar.
Sus pies:
descansan sobre unas nubes, de las
que emerge la media luna que tradicionalmente se pone a las plantas de la Virgen
Inmaculada.
Materia prima:
la Imagen ha sido fabricada con arcilla cocida.
Entre las nubes:
descuellan cuatro graciosas
cabecitas de querubes, con sus pequeñas alas desplegadas, de color ígneo.
Corona
de la Virgen
Decidido el Padre Salvaire a lograr la Coronación de la Virgen, buscó los
medios que hicieran posible ese sueño. Dándoles preferencia a las damas de
Buenos Aires y de Luján para que donaran sus joyas, las obtuvo de ellas sin
titubeos, metal precioso que se empleó en la confección de la Corona.
Teniendo ya la materia prima para la Corona, entrevistó a obispos de
distintas diócesis para que le concedieran las respectivas credenciales y
así poder acceder a un encuentro con el Papa León XIII. Satisfecho con los
resultados de su gestión, parte rumbo a Europa. En París encuentra a un
excelente orfebre para que realice la obra de arte. Con la Corona en sus
manos, Salvaire viajó a Roma, y haciendo valer las credenciales de las
diócesis y las razones para entrevistarlo, solicita la correspondiente
audiencia a Su Santidad el Papa León XIII. El 30 de septiembre de 1886, el
Santo Padre le concede la audiencia. El Padre Salvaire, en la entrevista, se
refiere repetidamente a la Virgen de Luján, explicando al Santo Padre, en
detalle, la admiración y devoción de todo el pueblo argentino para con Ella.
El Papa ya estaba enterado de todo lo que ocurría en la Argentina y la
devoción de su pueblo para con la Virgen de Luján.
Tomó la Corona entre sus manos y asombrado por
su belleza, en ese mismo momento la bendijo.
Salvaire obtuvo a continuación la debida autorización
del Papa para que el Arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros,
coronara a la Virgen en su nombre.
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